No pretendo decirles lo que sabemos hasta el cansancio. ‘El autoexamen salva’, ‘la prevención es tu mejor aliada’.
Solo quiero contarles que, en algún punto del año pasado me dijeron una frase horrible que empezaba por la palabra ‘carcinoma’. Cuando uno lo lee, lo escucha, se queda en un tacón y piensa: ¿DE PANA? ¿SE LLAMA ASÍ? ¿ESO ES LO QUE TENGO?
Hasta que te guían y te explican que hay muchísimos tipos de quistes, tumores, ‘bultitos’, que hay unos buenos, unos inofensivos y otros malísimos.
Y uno escucha con esa cara de susto con sonrisa y procura respirar profundo y asentar el golpe y entender que tal vez no es más que un wake up call para ponernos en cintura.
Para entender que LA SALUD es lo primero y que uno debe estar atento al más mínimo cambio. Lo confieso, solía tener una relación ‘amor-odio’ con mis senos. Los ocultaba, me encorvaba, procuraba que pasaran desapercibidos, especialmente porque en este país donde el silicón manda y se cumple a cabalidad esa boludez de ‘sin tetas no hay Paraíso’, yo no estaba dispuesta a recibir toda esa atención.
Era incómodo. Inmerecido. ¿Qué mérito puede haber en tener las tetas grandes? -eso era lo que pensaba-, hasta que vas a una consulta y ves a ese montón de mujeres con ese miedo pegado al cuerpo, con sus diagnósticos, sus planes de salud y sus seguros médicos, con sus cartas avales y sus miles de preocupaciones y te dices: Bendigo tenerlas, bendigo que estén sanas, bendigo poder llegar a tiempo a espacios como estos.
Eso, que la desinformación y el miedo matan. Que el cáncer de seno puede detenerse a tiempo. Que no todo diagnóstico viene con una fecha de caducidad. Que la vida sigue, con tus tetas, sin ellas, con una mastectomía, con implantes, sin implantes…
Las más de las veces esa cita que pospones al ginecólogo, a tu médico internista, a la mamografía, a los exámenes de rutina… es la clave para quedarte tranquila.
Fotografía @eldacelina