Amy Lau, la protagonista de la serie Beef en Netflix (o Bronca, como fue titulada para Latinoamérica) es el retrato de una mujer que lo tiene todo: un negocio próspero a punto de cumplirle el sueño de hacerla millonaria antes de sus 50s, un esposo guapo, comprometido y corresponsable que es fuente de serenidad, una casa de revista, una vida social activa, una dulce hija pequeña encaminada a convertirse en artista y una terapeuta que la escucha.
En resumen, una vida perfectamente envidiable por el común de la gente -hasta por mi, lo confieso- hasta que queda enganchada en un episodio de rabia al volante con un desconocido, y halla en todo lo que pasa alrededor de ese encuentro una nueva forma de sentirse viva.
Y poco a poco, entendemos que Amy, como su contrafigura Danny, con quien se cruza en el estacionamiento de una tienda, es más bien el retrato de una persona que vive con traumas contenidos que ni siquiera ha sido capaz de expresar en el consultorio con su terapista. El positivismo tóxico del esposo “conciliador” que jamás se sale de control y la invita siempre a respirar para calmarse, la imposibilidad de conectarse con la maternidad como se espera de ella, y en general, las expectativas, presiones y responsabilidades que pesan sobre sus hombros, no solo no la ayudan sino que la mantienen siempre a punto de desbordarse por completo. Pero se contiene… hasta que ya no se contiene más.
Es en esta serie que Ali Wong, la actriz a quien estamos acostumbrados a ver como hilarante y provocativa en punzantes stand-up comedies de mucho despliege físico sobre la vida en pareja y la maternidad (Hard Knock Wife y Baby Cobra), entrega un papel muy distinto en el que nos lleva por una montaña rusa de emociones con sus diferentes registros dramáticos, su mirada y sus silencios.
En el transcurso de 10 episodios, la vemos buscando momentos de catarsis a través de la venganza y el sexo, y es sólo en un final inesperado cuando es capaz de verbalizar los demonios que la mantienen presa de sí misma con absoluta transparencia. E intenta dejar de ser una jaula para sí misma, tal como expresa el título de uno de los episodios de la serie.
La propia Ali Wong ha dicho en una entrevista con la plataforma Mashable que se trata de una serie que explora “lo abrumadora que puede ser la vida, y también la sensación de que no puedes evitar ser encendido por el otro, sobre todo cuando la lista de responsabilidades y cosas por hacer son pilas y pilas y pilas y pilas y sientes que nunca vas a poder lograr todo” y sin duda, pude sentirme absolutamente identificada con esto.
En Beef, se abordan la rabia y el resentiminiento a través del personaje de Amy, pero también en igualdad de condiciones, la de Danny, quien se ha echado el rol del hombre proveedor de sus padres a quienes debe traer de Corea a Estados Unidos y la de encaminar la vida de su hermano pequeño, mientras abriga el dolor de una ex novia que le rompió el corazón.
Danny intenta ser el hombre que se espera de él, incluso si eso implica un acercamiento muy particular a la religión y flexbilixar su propio esquema moral para poder proveer. Tras el encuentro inicial con Amy y el episodio de “road rage”, ambos acaban siendo el match perfecto para jugar el juego del resentimiento hasta sus últimas consecuencias.
Aunque algunos han intentado meter a la serie en la casilla de series “racializadas” por el origen de sus protagonistas (coreano él, chino-vietnamita en el caso de ella y japonés en el caso de George, el esposo de Amy), Beef ha logrado trascender esta posibilidad con su tratamiento de situaciones y sentimientos absolutamente universales, en donde el origen o la raza son lo de menos, con excepción de algunas referencias a las dificultades de hacer vida como inmigrantes en Estados Unidos.
En fin, que Beef vale el tiempo invertido por su mirada original tras la fachada de una mujer con poder y éxito, el acercamiento a la infelicidad desde una perspectiva muy distinta a la común, pero además, porque la furia está repartida en igualdad de condiciones para sus protagonistas, un hombre y una mujer, sin juicios pasados por el tamiz del machismo que espera que las mujeres dosifiquemos las emociones, seamos conciliadoras o estemos prestadas siempre a la resolución de conflictos.
Amy se convierte en la mujer de la furia, que hemos sido todas algunas veces. Y verla drenar toda esa furia en la pantalla, se siente bien, muy bien.