¿Qué es lo primero que haces cuando tu hijo logra alcanzar una meta?
¿Qué le dices a tu mejor amiga cuando las cosas no le están saliendo como espera?
Cuando se trata de animar a otro, ¿tratas de conectarlo con todo el esfuerzo que significó para esa persona llegar allí, o le refuerzas que siempre podrá hacerlo mejor?
Y, tú ¿te tratas de la misma forma?
Solemos practicar la compasión y el reconocimiento con los demás; sin embargo, cuando se trata de nosotros, a veces la acción y el sentir están más asociados con la sobreexigencia – de que debemos poder con todo y superar las expectativas – y la rabia – que responde a la pregunta ¿habré hecho lo suficiente? .
Y así, nos miramos con muchos juicios y con poco amor.
Muchas veces nuestras angustias y agobios vienen de la percepción que tenemos de lo que hacemos, de nuestras capacidades, de lo que pensamos que es la causa de nuestros logros, de nuestra sobre exigencia, de si nos reconocemos o no en nuestro desempeño, de si nos sentimos o no merecedoras de ese reconocimiento, de ese éxito…
Recuerda siempre que eres protagonista de tu vida y de tus triunfos. Y que también eres responsable de tus fracasos. Y esto no es para latiguearnos, sino para compasivamente hacernos cargo de todo cuanto acontece en nuestra vida, sobretodo, de aquello que queremos lograr.
Todo es posible si nos enfocamos y actuamos al respecto. Los frutos de tu esfuerzo no son casualidad, son merecimiento.
- Reconócete en el hacer.
- Regodéate en tus creaciones.
- Conéctate con la emoción que te debe generar el haberlo logrado.
- Siéntete merecedora de ese triunfo.
- Disfrútate siendo protagonista de tu vida.