En medio de esta pandemia, el tema de la escolaridad de nuestros hijos ha sido todo un reto.
Nosotros terminamos el primer año de maternal vía zoom y esa modalidad no funcionó para mi familia:
Un bebé de 2 años y medio no podía estar sentado tanto tiempo frente a la computadora, porque además nosotros no solemos exponerlo a largos periodos de pantallas.
Además, luego de las conexiones lloraba porque no podía jugar con sus amiguitos y extrañaba muchísimo a sus maestras.
Ante este panorama, nuestra decisión fue no inscribirlo para cursar el primer nivel de preescolar. Haríamos un esquema de educación en casa, con apoyo de una profesional y listo.
La verdad, nos fue bastante bien. Académicamente avanzó. Pero estaba muy solitario.
Ya con 4 años cumplidos, sentimos que el chamo debía volver a una educación más formal. Y en lo que supimos la posibilidad de tener clases presenciales no lo dudamos.
Nuestro entorno, al saber de la decisión de mandarlo al Cole entró como en una espiral de miedo:
“Hay virus”/ “si no han podido controlar los piojos cómo van a evitar que se contagien”/ “Los niños se van a quitar el tapabocas”.
Y un largo etcétera.
Si nos ponemos a desmenuzar esos comentarios, vemos mucho miedo. Y vemos también una visión adultocentrista.
Los niñitos son sumamente inteligentes. Si tú le dices a tu hijo: “Fulanito, te llevo al parque siempre y cuando tengas bien puesto el tapabocas” Verás que esa criatura no se quita esa mascarilla por nada del mundo.
Nosotros estamos convencidos que esta situación sanitaria va a persistir. Entonces estamos decididos a convivir con ella, dejando que nuestros hijos tengan una vida real, humana.
No queremos que el miedo le robe la infancia a nuestros hijos y parte de esa infancia es, precisamente, ir a su colegio con sus amiguitos.
Así que nuestro chamo, un sociable geminiano de 4 años, está feliz de volver al Cole.