Cuando era adolescente amaba mirar la sección de moda de la Revista TÚ. Y soñaba con aprender a vestirme como todas esas famosas. Tendencias, looks, combinaciones. Recuerdo que me obsesioné con el diseño de modas y mis papás me regalaron un juego de BARBIE DISEÑA CONMIGO -no se burlen- para la computadora.
Amaba armar looks. Combinaciones. Mezclar texturas. Todo en juguetes y muñecas 2.0 como las chamas de #Stardoll, otro juego online de roles.
Pero jamás fui capaz de ponerlo en práctica en mí.
No me sentía digna de usar esa ropa cool. No me sentía merecedora de esas miradas. Ni linda ni femenina. Creía que eso solo pertenecía a las jevitas guapas del salón y ya. No me sentía digna de ser ESA mujer.
Y me escudé mucho rato en dos uniformes:
Jeans y camisas de bandas
Vestiditos negros simples
Y como me dediqué a trabajar y a avanzar en mi carrera muuuchas cosas se quedaron de lado. Entre ellas adaptar el clóset a mi cuerpo y a mi ¿estilo? No he comprado zapatos en años. Ni he hecho esa labor titánica de: me gusta-me lo quedo, mejor lo donamos, ni de vaina vuelvo a este look.
Pero he empezado a entender que hay varias máximas de acuerdo a cómo nos vemos que influyen muchísimo en: cómo nos percibe el mundo, cómo nos comportamos y lo que atraemos. No en vano hay una frase que dice ‘vístete para el trabajo de tus sueños’.
Entonces estoy en eso de ‘descubrir’ cómo se ve la mujer de 31 años que soy. Qué le gusta. Qué le sienta bien. Y claramente he cometido par de crímenes de moda, pero ¡lo estoy intentando! Y debo decirles que se siente bien. Que incluso esos días donde me siento ‘cucaracha en baile de gallina’, respiro profundo, sacudo el mal pensamiento y me hablo con amor.
Pienso que sí, que si soy digna de verme y sentirme así. Bonita. Atractiva. Sexy. Que la ropa que uso no debe interferir en el respeto que me tengo o en mi profesionalismo. Que puedo probar cosas nuevas y equivocarme y sentirme ‘rara’ o completamente plena y está BIEN.
Siempre me he identificado con Anne Hathaway y sus cambios de looks en dos películas icónicas: El diario de una princesa y El diablo viste de Prada. Y es impresionante cómo elijo abrazarme a esa referencia para medirme cosas nuevas y probar tendencias. Si funciona, ¡enhorabuena! y si no… pues igual lo vivimos pa’ la crónica como diría mi editor.
El punto es que estoy entendiendo varias cosas que quiero compartir con ustedes:
1.- Está bien probar estilos nuevos y ser tan camaleónicas como queramos
2.- La ropa es solo eso: ropa. No puedo darle mayor significado porque me alejo de lo que verdaderamente soy. Si lo hago empiezo a caer en ese loop de adolescente inconforme que se compara con las mujeres en las revistas y ¡no!
3.- Puedo ser sexy y no perderme respeto. Eso era algo que me atormentaba HORRIBLE. Me cuesta usar ropa ‘sexy’ y mostrarme porque automáticamente me juzgo, entra ese dogma judeocristiano de la culpa y empiezo a justificar micromachismos chimbos contra mí.
4.- El estilo es una manera de comunicar quién soy. Entonces sí… si tengo estilo aunque no tenga -aún- el clóset de mis sueños.
5.- Igual en diez años vas a arrepentirte de alguna foto en Instagram, entonces ¡NO TE DES MALA VIDA!